Eran dos pescadores, hermanos gemelos, uno soltero y
el otro casado.
El soltero tenía una lancha de pesca, ya vieja, que
era la herramienta con la que lograba su sustento.
Un día, muere la esposa del hermano casado y, como
las desgracias no vienen solas, la lancha del hermano soltero se va al fondo
del mar.
Una viejecita del pueblo, curiosa,
va a darle el pésame al viudo, Pero confunde a los gemelos y se dirige al que
ha perdido la lancha.
- Recién me enteré. ¡Qué pérdida
enorme! Debe ser terrible para tí.
- Sí, estoy destrozado, pero es
preciso enfrentar la realidad. Debo reconocer que estaba ya vieja. La rajadura de
adelante estaba tan grande que ya no había con qué llenarla y el agujero de
atrás se agrandaba más cada vez que la usaba. Además estaba deformada al medio
y no se le podía quitar el olor a pescado. La parte de atrás estaba bastante
caída y las curvas de adelante casi habían desaparecido.
Pero yo me siento culpable porque
se la prestaba a cuatro amigos para que se divirtieran; les pedí que la usaran
con cuidado, pero se montaron los cuatro a la vez y ella no aguantó.
.
A la viejita, muerta de un infarto, la enterraron al otro día.